De los valores y la sensibilidad humana sin tintes rosas; o la mediocridad, las ambiciones y el oportunismo, fórmulas audaces de dos recientes películas francesas que reconfirman la buena salud del Séptimo Arte en la nación de los Hermanos Lumiére.
Hace poco tuve la suerte de disfrutar de Como hermanos, Opera Prima de Hugo Gelin, y Los paseos de Moliére (o Alceste en bicicleta), de Philippe Le Guay, interesantes referencias de un cine que todavía se precia de intentar, al menos, ser diferente.
Desde la “Nouvelle Vague” los nostálgicos se la pasan en recuerdos de una época dorada del celuloide francés, aunque nunca desaparecieron la mística de la herencia y el sabor de las mieles en el Hexágono.
Las eternas comparaciones, ese vicio humano en busca de la excelencia, son por lo general de una injusticia absoluta. De reciente factura, Como hermanos se antoja un fresco de la cinematografía actual, con una manera de contar una historia difícil desde un perfil novedoso.
Hugo Gelin se apoya en tres notables actores, Francoise Xavier Demaison, Nicolas Duvauchelle y el jovencito Pierre Niney, para relatar el reencuentro obligado de tres conocidos a partir de la muerte de una entrañable amiga.
Al estilo de Valérie Donzelli, brillante en La guerra declarada, de no guardarse nada dentro de la chistera y mostrar la vida tal cual es, con una pizca de humor Gelin atrapa al espectador, lo hace reír y reflexionar.
Inquietar, al menos esa es la premisa de otro regalo agradable que proyecta un duelo actoral entre Frabrice Lucchini y Lambert Wilson, en Los paseos de Moliére (Alceste en bicicleta o Moliére en bicicleta, según la traducción de cada país).
La mediocridad y el talento, las tablas detrás del telón y una obra de Moliére, nada menos que El misántropo, para dibujar un acertijo en el camino ¿de lo correcto?…el egocentrismo, la necesidad de reconocimiento y el bautismo de fuego de lo justamente inacabado.
Pero es cine y con ello vale invocar a los maestros Francois Truffaut, Jean Luc Godard, Claude Chabrol, Alain Resnais, Jean Pierre Melville, Jacques Rivette y Eric Rohmer, una generación irrepetible.
-¿SEGUNDAS PARTES?
La pregunta entonces oscilaría en torno a las razones que impiden la reproducción de otra Nueva Ola del séptimo arte francés y la ausencia mayoritaria de filmes tan interesantes como en el pasado.
Cuando los Cahiers du Cinema (Cuadernos de Cine), a Latinoamérica le llegó con retraso el empuje del celuloide galo. Eran los tiempos siempre alertas de Hollywood para impedir la pérdida de su monopolio.
Sin embargo, estaban Los 400 golpes, Hiroshima mon amour, Sin aliento (A bout de souffle), Jules et Jim, El bello Sergio, Mi noche con Maud, Fuego Fatuo (Louis Malle) y Cléo de 5 a 7 (Agnes Varda).
Luego, el matrimonio feliz de las coproducciones franco-italianas y el ascenso definitivo al firmamento de realizadores ineludibles de los dos países.
A los ya mencionados se suman, Federico Fellini, Luchino Visconti, Ettore Scola, Luiggi Comencini, Vittorio de Sica, Franco Zefirelli, Roberto Rossellini, Giusseppe Tornatore, Bertrand Tavernier, Jacques Demy, Roger Vadim, René Clément, Louis Malle (…).
Aterricemos. Las generaciones a continuación, con notables supervivientes, hicieron creer que el cine francés podría reinventarse. El problema no ha sido la falta de talentos ni de creatividad, simplemente de la tiranía del mercado y del superpoder de Hollywood en su preponderancia internacional de la industria.
Hollywood, en cualquier caso, tienes sus méritos. Pero es imposible competir con un mercado generoso en producciones que influye positivamente en el Producto Interno Bruto de los Estados Unidos.
Son, sin dudas, dos cuerdas diferentes. Es decir la friolera avasalladora, con frecuencia simplista, de las cintas estadounidenses, y el estilo más reflexivo, acompasado, realista y escudriñador de Europa en sentido general. Sin embargo, la balanza se inclina hacia el lado opuesto en no pocas ocasiones.
-BESOS ROBADOS-
Hace un tiempo tuve el privilegio de acercarme a Cannes, disfrutar del fabuloso boulevard de La Croisette y de la exquisita cocina de la Riviera Francesa. La ciudad transpiraba cine, aunque no estábamos en festival.
Así en un restaurante cercano al Palais des Festival, las camareras ponían sobre la mesa, además de los deliciosos platillos, el tema de las películas, los actores, la farándula, el glamour de Cannes y las alfombras rojas.
El honor de atender en el lugar a figuras relevantes de la pantalla, sin atinar a destacar un nombre sobre otro. De Niro, Pitt, Depardieu, Jeanne Moreau, Eastwood, Tarantino, Dustin Hoffman, Juliette Binoche, Sophie Marceau (…).
Como en Deauville, escenario cada año del Festival de Cine Americano, con un par de hoteles donde deambulan los fantasmas (y en ocasiones los propios protagonistas) de los mejores exponentes de Hollywood.
“Nuestras películas han perdido impulso, son superficiales, muy pocas tienen la calidad de antes y lo peor es que tratando de parecerse a las norteamericanas, se convierten en caricaturas”, comentaba la dueña del restaurante.
En una lista de celebridades, Francia puede sentir orgullo del trabajo de directores como Jean Jacques Annaud, Luc Besson, Claude Lelouch, Jean Pierre Jeunet, Patrice Leconte, y los ya fallecidos Georges Mélié, Jean Cocteau y Claude Berri, entre otros.
Empero, hay buenas notas y luces de esperanza al final del túnel. Laurent Cantet deslumbra a Cannes y se lleva la Palma de Oro con Entre paredes, el drama carcelario de mucho ingenio Un profeta, de Jacques Audiard, no convencen a los Oscar y sí a la exigente crítica.
Audiard nos regala luego De óxido y de hueso, con la bella Marion Cotillard, renombrada por su papel en La vida en rosa, de Olivier Dahan y entonces, uno se acuerda de Amélie, la célebre comedia de Jean Pierre Jeunet, con Audrey Tautou (El código Davinci) y Mathieu Kasovitz (Amén).
O de Intocables, extraordinaria propuesta de Olivier Nakoche y Eric Toledano, con Francoise Cluzet y Omar Sy; la silente y oscarizada The Artist, de Michel Hazanavicius y la consagración de Jean Dujardin.
Hace algunos años, Gérard Depardieu completaba una de sus actuaciones más acabadas con Cyrano de Bergerac; antes Catherine Deneuve lograba memorables apariciones en Belle de jour, Tristana, Los paraguas de Cherburgo e Indochina.
Que tal Los coristas, la bellísima cinta de Christophe Barratier o No le digas a nadie, del prometedor Guillaume Canet en un suspenso con nada que envidiarle al mismisimo Hitchcock.
Me encantaba Louis de Funes con ese histrionismo cómico de rica gestualidad, también en sus dúos con otro grande, Jean Marais en la saga de Fantomas.
Infaltables, Jean Gabin, Simone Signoret, Jean Claude Brialy, Annie Girardot, Yves Montand, Alain Delon, Jean Paul Belmondo, Philippe Noiret y por supuesto, Maurice Chevalier.
Curiosidad es la casta de nobleza española de Louis de Funes, en verdad Louis Germain David de Funés de Galarza, nacido eso sí, en Francia, cerca de Nantes. Pero de padres sevillanos de alcurnia.
No son simples menciones Isabelle Adjani, Fanny Ardant, Jean Reno, Audrey Tautou, Isabelle Huppert, Emmanuel Beart, Vincent Cassel, Mélanie Laurent, Mathieu Kassovitz, Guillaume Canet, Charlotte Gainsbourg, Catherine Frot y Olivier Martínez.
La casa de los hermanos Lumiére, la France, todavía respira.
Como hermanos es uno de esos filmes que hace del cine una de las cosas más agradables del mundo. Sin excesos, abordar la vida tal cual es, siempre es una virtud.
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Es una hermosa película que, en efecto, trata la vida tal cual es. Gracias por el comentario.
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Sin dudas una referencia del cine mundial, aunque en la competencia se ha quedado algro rezagado ante la decisión de si seguir la identidad propia o imitar un poco a Hollywood.
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Es cierto que los arrastres de la parte negativa de Hollywood (que también tiene muchas cosas buenas) seducen al cine comercial. Pero creo que la impronta francesa está salvada, no así la pureza.
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