Vuelta a París en un verano prometedor de 2013. Cielo despejado, temperatura agradable y un sinnúmero de atracciones adicionales en una ciudad que resiste las turbulencias económicas y políticas, a la luz impertérrita de un mundo donde la capacidad de soñar sigue alterada.

El bálsamo llega de todas formas a la urbe de las reinvenciones. En el propio aeropuerto Roissy Charles de Gaulle decenas de paneles con réplicas de pinturas de grandes maestros de la plástica y hasta los aires escultóricos del inconmensurable Auguste Rodin, sorprenden a los recién llegados.

Se trata de una muy sugerente invitación a visitar el Museo de Orsay, entre los excelsos de París, frente al espléndido Sena que se deja querer más que nunca con los aires de la más cálida estación del año.

Nada menos que cuadros del mago del impresionismo Claude Monet y sus mujeres en los jardines; Cezane, Lautrec, Pisarro, Sisley, Edouard Manet y su célebre Almuerzo sobre la hierba (Le déjeuner sur l¨herbe), Renoir, Courbet y tantos otros que tienen su residencia en el regazo del Orsay.

No está por supuesto el escandaloso L´origin du monde (El origen del Mundo) de Gustave Courbet, que sería demasiada provocación para los viajeros frente al pubis de una mujer al tamaño natural…

La exquisita cocina gourmet, el festival Rock en Seine, el cierre del paisajista Tour de France de ciclismo, los espectáculos de luces y cascadas al compás de la música en los jardines del Palacio de Versailles, y el empecinado deseo parisiense de convertir al Sena en una playa.

Ya se despliegan como desde hace siete años, tombonas, sombrillas de subidos tonos, arena natural, canchas de vóley de playa, piscinas gigantes portátiles y todo género de comidas en cafeterías y restaurantes improvisados.

Son algunas de las razones de la Ciudad Luz que se revitaliza tanto como la pensó Woody Allen en su película-homenaje.

Impresiones en el umbral de una aventura africana, con la esperanza de hallar a Zimba con aires más cercanos al disfrute del bienestar, como merecería en virtud de las riquezas que lo rodean.

Ya en la primera parada en Luanda, Angola, sensaciones disímiles y chocantes. Calles atestadas de vendedores ambulantes, mujeres que cargan enormes pesos en cestas en sus cabezas y de pronto, edificios ultramodernos, avenidas con olor a nuevo y barrios que tratan de borrar los contrastes.

Autos de última generación y una economía en plena bonanza de petróleo, diamantes y minerales. Llevamos sólo 10 años de paz y se han logrado muchas cosas; habrá que pensar en cuál será la Vieja Luanda del futuro, me dice Isaís, un intelectual apasionado de su país.

En la Ilha do Cabo, el mar, las marinas, los edificios recién construidos y decenas de restaurantes subrayan la belleza de la urbe en esa zona. Luego Talatona, un barrio residencial que desafía la etapa de cambios.

Empero el atraso es todavía inocultable. Ahora sigo hasta Johannesburgo y enseguida a Pretoria donde encuentro otro panorama más alentador en apariencia y un país como Sudáfrica que late con el corazón de Nelson Mandela.