La Psicosis de Anthony Perkins con su filoso cuchillo amenazante, o el Vértigo de James Steward anonadado ante el salto al vacío de Kim Novak, se inscriben entre las imágenes antológicas que legó al cine el maestro Alfred Hitchcock.
Todavía los debutantes que recién descubren los nudos asfixiantes de la atribulada personalidad de Perkins, gritan, tiemblan o cierran los ojos. Con Steward y la belleza atemperada de Novak se estremecen en la incertidumbre.
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