Aquí estoy, desnuda, sobre las sábanas solitarias de esta cama donde te deseo, escribía alguna vez la pluma fértil de la poeta nicaragüense Gioconda Belli para subrayar, con tamaña frase, que se haría difícil pensar en la disociación del espacio por excelencia de Morfeo y el erotismo.
Ante el menor resquicio de escepticismo, valdría la pena remitirse a la pintura de Pierre Narcisse Guérin, discípulo de Jacques-Louis David y luego uno de los maestros franceses del clasicismo, cuando delineó con notable voluptuosidad en 1811 su lienzo Morfeo e Iris.
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