Una buena copa de vino, francés, español, italiano, chileno o argentino, despierta el placer insustituible en el acompañamiento de una agradable cena. Pero hay otras apuestas fuertes por el champagne, el cognac y el whisky.
Algunos adoran los embates quemantes del tequila, el efecto nocaut del vodka o los aires bullangueros del ron. Tengo amigos que serían capaces de asimilar un cóctel con todas estas bebidas, de forma separada.
A priori, la cerveza inscribe su nombre en el pináculo de la popularidad de las bebidas ligeras, seguida por el vino. Sin embargo, entre los pesos pesados, los caminos apuntan hacia Escocia e Irlanda.
La primera referencia escrita del whisky se remonta a 1495, bajo el reinado de Jacobo IV, aunque los orígenes del destilado nos conducen a 3,000 años antes de Cristo y, sorpresa, coloca a los egipcios como precursores de la elaboración de este y otros deleites asociados al alcohol.
Secretos de pirámides al margen, el antiguo Egipto dio nacimiento al arte de la destilación, consagrado entonces a perfumes, barnices y licores de extraño sabor, poco conocidos más allá del caudaloso Nilo.
Avida de evangelizar otras tierras, la Europa Medieval se interesó en conocimientos ancestrales a cambio de ofrecer el mensaje de Cristo. Así, a través de los monjes católicos, la destilación llegó al Viejo Continente en un momento de esfervecencia de experimentos con frutas, granos, hierbas y vegetales.
En los monasterios inicialmente se comenzó a probar con jarabes medicinales, pero la tentación del diablo etílico tocó las puertas de los fríos recintos religiosos.
Un trago de Fuego Ardiente se transformó en Aqua Vitae que a su vez el gaélico de los celtas convirtió en “quisgue beatha”, derivando luego en “uasqua” y por último, whisky, un nombre que con sólo escucharlo desata torrentes salivales en el amigo Marin Tayab.
El secreto de su elaboración está rodeado de anécdotas que recuerdan la célebre novela del erudito italiano Umberto Eco, El nombre de la rosa. Según expertos, la paternidad de la bebida corresponde a monjes irlandeses, mientras otros aseguran que ya los escoceses conocían los misterios del whisky.
-Colores y barriles-
El color es una de las tradiciones de mayor envergadura alrededor de la elaboración del whisky en Escocia. Contrario a la creencia generalizada, se asocia al estilo con que una marca desea ser identificada por el consumidor y no por los años de envejecimiento del producto.
Según especialistas escoceses, un whisky claro puede tener la misma fuerza y graduación que uno oscuro. El color depende en realidad del tipo de barril donde es almacenado el aguardiente después de su destilación, porque al finalizar el proceso es incoloro, similar al vodka.
En los conciertos del whisky se emplean tres tipos de barriles de cinco tamaños diferentes. Los más cotizados, otra curiosidad, proceden de España (luego de producir Jerez o vino de Málaga) y de Portugal (tras concluir el famoso Oporto).
Cada barril almacenará por ley el whisky durante un mínimo de tres años y hasta dos décadas si el productor lo desea. Pequeñas cantidades de jarabe de caramelo concentrado se introducen en los aguardientes, que posteriormente retornan a los barriles por períodos de cuatro a seis meses para hacer la fusión lo más íntima posible.
Al salir de las barricas, se le añade la mítica Agua Pura de Escocia, con la cual aparece la graduación alcohólica deseada y, acto seguido el proceso de embotellamiento que tampoco se hace al descuido.
-Highlands-
Los whisky de malta (Single Malt) son los más apreciados en el mercado internacional. Hay 117 tipos y se producen en 97 destilerías ubicadas en las Highlands (las tierras altas de Escocia).
El malta es añejo, perfumado y supera en calidad al mezclado (blended) de 10, 12 o 15 años. Las marcas más prestigiosas nacen en las riveras del Spey y en sus tres afluentes: Livet, Fiddich e Isle, cerca de la autopista de Glasgow-Edimburgo.
Sin embargo, los blended tampoco son despreciables. Se elaboran a base de cebada, maíz y trigo, con procesos y alambiques menos complejos que los reputados Single Malt.
De nombres, muchos se asocian al poder y al glamour, aunque hay una máxima que casi nunca falla: si son escoceses o irlandeses, poseen un nivel cualitativo exquisito.
Entonces, el whisky, el vino o el cognac?
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Los 3, cada uno en su momento dado. Gracias.
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Yo casi no bebo, pero si alguna bebida me llama la atención es el cognac después de una buena cena. El whisky no es mejor.
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Cuestión de gustos. Cognac, por cierto, es una curiosidad como pintoresca ciudad de Francia con una historia apasionante.
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«Yo me muero como viví», con el permiso de Silvio, mi Ron Santiago en Cuba, El Seco en Panamá y beber de cada uno en su lugar de origen.
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Bien, los vinos en Europa, aunque sin dudas también el whisky, como los cognac. Con perdón de mis raíces, ya sabes que no soy adepto al ron.
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