Las olas y las tecnologías

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Sena


Salvo una crecida en diciembre de 2010, siempre me ha parecido el Sena muy apacible. Ni siquiera el intenso flujo de yates y lanchas a lo largo de París alteraron su curso y las olas, provocadas, apenas salpicaron los embarcaderos.

Nueve décadas atrás, empero, estuvo a punto de arrasar con la Ciudad Luz, arropada en la imaginación de góndolas venecianas después de perder sus adoquines y con el desborde del agua a 8,50 metros.

Una curiosidad. El Sena se divide en dos partes, Rive Gauche, que agrupa a seis distritos de la urbe y se sitúa al sur, corazón emblemático del ambiente bohemio parisino del Quartier Latin (Barrio Latino), La Sorbona y el Boulevard de Saint Germain.

La competencia, Rive Droite, en el norte y con los restantes 14 distritos capitalinos. Buena parte de los barrios más elegantes se incluyen en esta zona, aunque sería difícil establecer conceptos divergentes. Cada espacio derrocha encantos.

En fin, que el mar y yo tenemos una larga historia de amor. No nací en el Mediterráneo como Serrat, sino en el Caribe. Quizás es la razón por la cual siento mucho apego por los grandes ríos y me pregunto cómo el espléndido Tíber de Roma cedió su personalidad ante ruinas, iglesias, esculturas y pinturas divinas.

Alrededor del Sena se tejieron muchas historias. Sin analogías precisas, intento armonizar las olas y las tecnologías, a priori inconexas, a excepción de las energías renovables que se investigan a partir de los movimientos del mar.

-Rupturas-

Anochecía y en semipenumbras, a lo largo de los puentes del Sena, hacíamos tiempo cerca de la Torre Eiffel, antes de un encuentro más tarde para la inauguración de un restaurante en Chatelet.

Era diciembre de 1999 y los adornos luminosos de París no dejaban de impactar. Mucho más en ese momento cuando se preparaban los festejos para recibir el nunca bien ponderado año 2000 y el Nuevo Milenio.

Necesitábamos una pausa y escogimos el Pont de l´Alma, cuyo nombre rinde homenaje a la Batalla del río de Alma (hoy en la geografía de Ucrania), en la Guerra de Crimea de 1854. En fecha más reciente, en 1997, murió en un accidente la Princesa Diana, conocida como Lady Di, en uno de sus túneles.

De pronto sonó el timbre de mi teléfono móvil. Era Pepe el andaluz, que como de costumbre comenzó a hablar por ráfagas con su simpático acento familiar.

Sacre Coeur


“Estoy en París, justo ahora mismo en los muelles del Sena”, le dije para cortar sus ímpetus de largos discursos.

-Joder, lo que es la tecnología, me respondió con su gracejo de hombre no muy dado a “estos inventos” y, sin embargo, profesor y estudioso de notable inteligencia.

Aún incrédulo, me espetó: seguro estás en Madrid en La Castellana y me cuentas de París …añadió. Sin responderle, hablamos de la familia y del año 2000 antes de despedirnos.

Tomamos rumbo al Puente de Alexandre III, que posee una ubicación excepcional. De un lado los imponentes Invalides donde están los restos mortales de Napoleón Bonaparte, y de otro el Grand y el Petit Palais apenas a unos metros de Les Champs Elysées.

Tiene 32 candelabros de bronce en las barandas y una decoración de lujo que en ese entonces parecía sobresalir menos en virtud de una ciudad que hacía honor permanente a sus luces.

Disfrutábamos de un panorama exultante y así el pequeño grupo latinoamericano que integrábamos guardó silencio durante un lapso indefinido.

Hasta que fuimos interrumpidos por Abelardo, siempre ocurrente y simpático:

“Como ha mejorado París … en los últimos 800 años …”.

Reímos a carcajadas con la frase y decidimos avanzar hacia el refugio en el nuevo restaurant de Chatelet, donde unos agradables “Mojitos” cubanos caerían de forma excelente a nuestros cuerpos en el límite de la sensación térmica del congelamiento.

Del mismo centro de la capital francesa los caprichos de la memoria me llevaron a Vietnam, seguramente al distinguir numerosos restaurantes asiáticos en la zona de Chatelet.

Durante el inicio de una vigorosa reforma económica y en un recorrido para intentar explicar cómo de importador, Vietnam había ascendido a la cumbre de los exportadores mundiales de arroz, el grupo de prensa extranjera transitaba por los campos de ese país.

Una joven empresaria a cargo de cultivos del cereal sacaba cuentas con ábaco, sentada en una esquina de su finca. Luego con ayuda de varios empleados, colocaba las espigas en la carretera a la espera de dos milagros: el sol y los vehículos.

De esa forma tan artesanal se desprendían las plantas y las cajetillas quedaban listas para el desgrane. Finalmente, aun con sus botas de goma y atuendo de trabajo agrícola, Mai Thu consultaba el precio del arroz en el mercado internacional desde su teléfono celular.

Después Mai Thu se subió a su 4×4 de reconocida marca internacional y dijo adiós.

Venía bien la frase de Abelardo para aplicarla esta vez a Vietnam, el sufrido país de tantas guerras, que con su eterna sonrisa y el silencio de una humildad infinita, empezaba a hacer realidad los sueños.

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