Tesoros de París: Barrio Latino, Place de Vosges

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Fotos del Panteon de Paris

París.- Una suerte de continente, cuyas regiones parecen propagarse al paso del tiempo. Vista y amada, pero jamás descubierta por completo al ojo humano. Lutecia primero, París por siempre desde el siglo III a.n.e.

El desaparecido escritor argentino Julio Cortázar la llamó el octaedro y los jóvenes estudiantes siglos atrás, con la moda de hablar en latín le dieron el nombre de Quartier Latin a uno de los barrios más emblemáticos de esta urbe.

Tomada por una punta, examinada en el medio, aún así es difícil encontrar su final, porque tiene la virtud de perdernos en cualquier laberinto del conocimiento. Ciudad Luz, por las corrientes iluministas, abigarrada muchedumbre de un colmenar donde se liban las mieles más insólitas y extraordinarias.

Para no desvariar, la afamada Universidad de la Sorbona, fundada en 1257 por Robert de Sorbon, devenida tres siglos después centro de debates trascendentales sobre teología. Y tras su reconstrucción entre 1885 y 1901, dedicada hoy a la historia, humanidades, geografía, derecho y las lenguas de los grandes escritores franceses.

Sobre la montaña de Santa Genoveva, a la izquierda del Sena, La Sorbona contempla el espectáculo sui-géneris del Barrio Latino, donde los estudiantes no cesaban de inundar sus calles con debates teológicos en latín en el medioevo. De ahí su nombre, el cerebro de París, dicen los cronistas, donde 25 mil estudiantes cada año tratan de dar continuidad a la saga de sus antecesores. Es la zona más cosmopolita de la ciudad, en la cual además se ubican otras excelsas instalaciones.

El Palacio de Luxemburgo y sus majestuosos jardines, donde la imaginación vuela al compás del tiempo, ese lapso más allá de la vida, y es perceptible la sensación de paz y armonía entre enamorados y niños de todas las edades. Luego, el Panteón, uno de los grandes monumentos neoclásicos galos, construido a partir de 1764.

Primero como iglesia dedicada a Santa Genoveva y después templo de hombres ilustres, “aux grands hommes la patrie reconnaissante”, por dictamen de la Revolución Francesa. Voltaire, Rousseau, Victor Hugo, Emile Zola, Marie Curie, Soufflot, su arquitecto, y más recientemente, en el 2002, el féretro de Alejandro Dumas, descansan en el Panteón.

El boulevard de Saint-Michel, epicentro de la vida bohemia del Barrio Latino, muestra inequívoca de los contrastes de esta gran urbe. En medio del frío invierno poetas y músicos de calles y estaciones del metro, buscando el sustento diario.

Mujeres y ancianos que deambulan sin rumbo fijo tanto en el Boul´ Mich´, como en la elitista zona de la Opera, acentúan las paradojas de riquezas mal repartidas, con los excluidos, por lo general de la fuente de las minorías étnicas.

FRAGMENTOS LITERARIOS

De nuevo Víctor Hugo, no podía faltar, en la Place des Vosges, donde se paseaban los nobles y el Cardenal Richelieu ordenó construir una escultura ecuestre de Luis XIII, mucho antes de que las cabezas de reyes y aristócratas rodaran al compás de la Revolución Francesa.

En el número seis de la Plaza, la residencia remozada donde durante 26 años escribió el autor de Los Miserables, en plena gloria literaria y financiera.

Hoy, además de sitio sobrecogedor, una suerte de concierto musical y ecológico. Gorriones desafiantes, palomas y mirlos apacibles, se suman a los cantos e interpretaciones lo mismo clásicas que folclóricas. Places de Vosgues, llamada así en honor a la primera provincia que pagó sus impuestos.

Concebida como un cuadrado perfecto de nueve edificios a cada lado, levantada por orden de Enrique IV en 1605, lugar también de residencia del Cardenal Richelieu. Grupos de música guaraní y peruana, jóvenes estudiantes de violín y piano, y danzas ucranianas y rusas, matizando el panorama en medio de museos, bares y jardines de ensueño.

A cierta distancia, encerrando celosamente al Medioevo, aparece el Museo del Cluny, con ruinas galorromanas y una colección impresionante de obras de esa época. Notre Dame, por supuesto, el símbolo imperecedero del Jorobado de Nuestra Señora de París, una mole albinegra que recibe más de 12 millones de visitantes por año. Y las rocas y palos imaginarios alrededor de la Bastilla, del sueño no cumplido de la humanidad.

Cortázar dedicó largas jornadas para volver sobre los pasos de Hemingway, Hugo, Marcel Proust… en esas caminatas imprescindibles de un hombre amante de “todo lo que esté lleno de espacios vacíos”, con Rayuela bajo sus brazos.

Así, con respeto y humildad, es preferible pasar de largo apenas en la epidermis de este continente, para cortejar sus regiones y explorarlas en sus entresijos.

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