París.- Había decenas, quizás cientos de palomas, más cerca que de costumbre de las orillas del Sena, atraídas por los turistas repartidores de migajas. También llegaron gaviotas y golondrinas, mientras los acordeonistas seguían afanados en la idea de rescatar el París de la primera mitad del siglo XX.
El agotamiento de una de mis largas caminatas parisinas me hizo, curiosamente, tomar la pausa en el umbral de la Catedral de Notre de Dame. La vista terminaba de recrearse en el caudaloso río cuando de pronto, melodías diametralmente opuestas se cruzaban en el aire.
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