En su trayecto por el Canal Beagle de 1832 a 1833 era un joven de 23 años, de pelo rubio y ojos azules, a quien la aventura del redescubrimiento de los canales patagónicos y el umbral de la Antártida, le cambiaría la vida para siempre.
No creo que nadie pueda sustraerse de la emoción de lo que significa recrear las rutas que hizo el entonces mozalbete inglés Charles Darwin, a bordo del barco HMS Beagle que terminó por cambiarle el nombre al canal.
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