Un viaje al fin del mundo no es cualquier cosa. Si la propuesta abarca 32 horas de navegación en un ferry desde Punta Arenas hasta Puerto Williams, en la Región de Magallanes y la Antártica chilena, parecería suficiente.

Ya con la mirada a los glaciares, el nado de albatros y lobitos marinos, pingüinos y ballenas jorobadas, los colores de la naturaleza abruman. Pero si en suma la zona más prístina del planeta ofrece aguas realmente puras, vegetación exuberante y otros milagros, resta únicamente encomendarse a los silencios contemplativos y disfrutar las emociones.


La pasión para transmitir hasta los más ínfimos detalles que componen el mosaico extraordinario de naturaleza, nos llegan de forma permanente con el doctor Ricardo Rozzi, ecologista y filósofo, director científico de la Reserva de la Biosfera de Cabo de Hornos, donde mirar hacia las estrellas significa hacerlo en sentido inverso.

Tuve el privilegio de ser parte de una expedición de científicos y periodistas invitados a conocer un fragmento de lo que literalmente puede llamarse el fin del mundo, en el extremo sur de Chile.

De las plantas que emiten su calor de vida en medio de un clima particularmente helado, briofitas (musgos, líquenes y hepáticas), algas maravillosas, picos exuberantes, pedazos de vida en las islas más australes del planeta. Una comunidad indígena en extinción, los yaganes, y su aleccionadora filosofía de vida.

El encuentro con decenas de héroes anónimos que defienden con valor y entrega la preservación del medio ambiente. Algunos que arriesgan sus vidas para permitir que esta zona del universo sirva todavía de esperanza como laboratorio del cambio climático.

Pero ninguna palabra supera el impacto de las imágenes.

Otras 14 horas de navegación a bordo de un buque de la Armada chilena para merodear la Isla de Hornos o el escalamiento a la cima del Cerro Bandera, dejan la sensación de que la naturaleza, silenciosa y espléndida, no hace otra cosa que ofrecer cofres llenos de tesoros.