Tengo una historia de amor que contar. Ocurrió hace mucho tiempo, cuando dos personas podían hablar mirándose a los ojos sin interrupciones de whatsapp o de las mil y una alertas de las redes sociales.
Coincidimos en un largo viaje en bus y me tocó en suerte sentarme a su lado. Dicen que los escritores siempre adornan sus relatos para agradar más a los lectores. Confieso que el 99% de las veces que he viajado en cualquier medio de transporte, me ha tocado de todo menos mujeres bellas en los asientos contiguos, salvo excepciones.
En una oportunidad, en el trayecto en avión de Bogotá a Cali, mi compañera de viaje era nada menos que una de las finalistas del concurso Miss Colombia, castaña, de cabello largo frondoso y las medidas perfectas: 90-60-90. Pero fui invisible para ella. Después de mirarme, aceptar una bebida de la aeromoza y sonreír, me multiplicó por cero.
Nunca lo había contado por orgullo, porque al final me hubiese visto obligado a subrayar que ese tipo de chicas son superficiales y clasifican en el grupo de “plásticas”, como atinó a recalcar en su memorable canción el panameño Rubén Blades.
La verdad es que por un sentimiento de ética, absurdo ahora que lo miro bien, me ha costado recordar aquel tierno capítulo con una joven cubana de bastante atractivo, cabello rubio ondeado y ojos claros. Simpatizamos de inmediato y la conversación, sobre lo humano y lo divino, fluyó como si nos conociéramos de toda la vida.
No podría definir en qué momento nos dimos el primer beso. Tal vez luego de una parada del bus para comer algo. Fue entonces cuando me hizo una advertencia sin dramatizar: soy casada.
Sin embargo, seguimos disfrutando del diálogo y los besos de forma intensa, mirando a hurtadillas el reloj. Nos quedaban 3 horas de viaje y nos dispusimos a hacerlas valer como parte relevante de nuestras vidas.
Llegó a inspirarme de tal modo, que me atreví a mencionarle el comienzo de Un soneto de amor de Pablo Neruda:
Sabrás que no te amo y que te amo
puesto que de dos modos es la vida,
la palabra es un ala del silencio,
el fuego tiene una mitad de frío.
Ella, en cambio, me respondió distanciándose de la poesía, pero con una frase muy sentida: sólo quiero que este viaje no termine nunca.
Al aproximarnos al destino final del viaje, fue languideciendo la pasión. Me están esperando, explicó lacónicamente. Nos dimos el último beso.
Entonces nos separamos y aunque traté de desviar la vista, la vi abrazándose con otro…
La vida siempre es sorprendente en estos entramados amorosos…si es ficción es interesante, pero me da la idea de que parte de una vivencia personal que en su momento debió ser desconcertante
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Y si, fue desconcertante, con una suerte de sensación contradictoria. Me quedó también el enigma de aquella historia que parecía ficción total.
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Parece que la historia fue fuerte real
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