De reposo en uno de los bancos del espléndido jardín de Claude Monet, había pensado ya en la suerte de tener al alcance de la mano los pequeños detalles de la naturaleza en Giverny y los pueblitos coquetos de Normandía, en Francia.
Lo curioso no es sólo la respuesta a las razones por las cuales en estos parajes extraordinarios nacieron las musas de los pintores impresionistas.
Son también las metáforas de aguas –con estanques y riachuelos-, del puente japonés; la parsimonia de las plantas; las casas de piedra y el privilegio de escuchar el canto de los pájaros, sin darle la espalda al mundo en pleno siglo XXI.
Alguien decía: nunca he tomado un pincel ni poseo cualidades para la pintura, pero aquí ante este derroche de bellezas, pudiera darse el milagro.
Corro el riesgo de convertir los adjetivos en frases relativas. Para no hacerlo tendría que abandonar el tema …
Orgulloso de su sello medieval, lejos del bullicio citadino y con el nombre de Monet como signo distintivo, Giverny es la sinfonía mesurada de los colores, de la tranquilidad y sin dudas, del impresionismo.
En sus célebres jardines, están los nenúfares, las plantas acuáticas con flores que de forma multidimensional describió el maestro al óleo en inmensos paneles de 219 x 602 centímetros, exhibidos actualmente en el Museo de la Orangerie de París.
Son las ninfeas, como se les denomina en francés y también en la lengua de la botánica, para llamar así a los nenúfares blancos.
“He reanudado con cosas imposibles de lograr: agua con hierbas que ondulan en el fondo. Excepto la pintura y la jardinería, no sirvo para nada. Mi más bella obra maestra es mi jardín”, reflexionaba Monet cuando consagraba su vida a Giverny.
“Me llevó algún tiempo entender a mis nenúfares. Los cultivaba por puro placer, sin pensar en pintarlos. Hasta que, de repente, tuve una revelación. Tomé mi pincel. Y desde entonces no he tenido otro modelo”, admitía.
A 80 kilómetros de París, con sus 523 habitantes, el hermoso pueblito de Alta Normandía brilla como joya suspendida en el tiempo en el lanzamiento de una exposición denominada “El impresionismo a lo largo del Sena”.
Es la primera señal de tributo a una de las corrientes pictóricas más atractivas y que llevó al maestro Monet a instalar en 1883 su residencia y jardines en Giverny, para luego arrastrar a Renoir, Sisley, Pissarro y otros.
Hasta ese entonces, era un paisajista abandonado en su exilio voluntario. Al plasmar la luz con su impronta visual, pintaría en 1872 (aunque se dice que fue probablemente un año más tarde) “Impression de soleil levant” (Impresión de sol naciente).
Se trata de la obra de origen del nombre del género y una reafirmación de “los paseos dominicales” en los que Monet recreaba las tonalidades policromas del ambiente y caminaba entre bambúes y puentes alrededor de su austera mansión.
“El paisaje no es otra cosa que una impresión, una impresión instantánea (…), he reproducido una impresión en Le Havre, desde mi ventana, sol en la niebla y unas pocas siluetas de botes destacándose en el fondo… me preguntaron por un título para el catálogo (…) y dije pongan impresión”, anotaba Monet.
-INTIMIDADES-
El recorrido por la casa y los jardines tiene la virtud de dotarnos de una paz espiritual relajante. La residencia en el campo tiene poco que ver con el lujo y la ostentación. Es espaciosa y no podía serlo menos su sala, cuando se sabe que era un hombre bastante amistoso.
Pueden imaginarse las comelatas en otro recinto amplio siempre con vista al estupendo jardín. Finalmente, la cocina, con todo lo necesario para servir una buena mesa y el detalle de la claridad y los colores suaves y vivos como el amarillo y el azul celeste que adornan el lugar.
En la salida, que sirve a su vez de entrada, los turistas parecen fascinados con la enorme gama de souvenirs que ofrece la tienda. Hay cuadros en las paredes, casi todos copias a la venta, y los más disímiles objetos relacionados con el impresionismo.
Era un antiguo granero transformado en atelier de Monet. Un gran espacio, con pocos muebles y mucha luz. Tenía una historia de amor apasionado con la naturaleza.
Afuera, el aire que se respira, además de la pureza del campo, está inundado de artes plásticas. Sin anuncios publicitarios agresivos, en esa cuerda distendida, Giverny nos acerca a pintores contemporáneos que vinieron a instalarse aquí ahora, con sus pequeños talleres.
De inicio la fiesta del estilo que dio renombre también a Gustave Caillebotte, Camille Corot, Eugene Boudin, así como al excelso Henri Matisse y a Paul Cezanne, hay una muestra-tributo al impresionismo que es apenas un repaso reflexivo y pletórico de belleza.
Aparece asimismo el detalle de frases de amor de Guy de Maupassant al Sena y una película en blanco y negro sobre las maravillas de la naturaleza en Normandía, obra de Jean Renoir, el hijo del pintor Pierre Auguste Renoir.
La idea es recrear los rincones que sirvieron de musas a los maestros y de ahí la relevancia de lo que es en realidad un festival, “Normandía impresionista”.
Más de 200 actividades adornan el jolgorio de las artes plásticas, con otras dos exposiciones, “Maximilien Luce, neo-impresionismo, retrospectiva”, desde el 28 de julio, y “Lumiére argentique”, a partir del 4 de junio de 2010.
En adición, conciertos con música de Ravel, Debussy y Satie, danzas alrededor del Sena, cine, teatro y debates literarios enaltecen el tributo a la corriente surgida en la segunda mitad del siglo XIX en Europa.
Si faltaban reconocimientos, “Una ciudad para el impresionismo: Monet, Pissarro y Gauguin en Rouen” comienza el 4 de junio, para extender aún más los 776 kilómetros del Sena.
Ya en una exhibición temporal el museo Jacquesmart-André de París se recuerda al español Joaquín Sorolla, otro de los impresionistas relevantes como lo fueron a su modo Edouard Manet y el propio Cézanne.
Al final y de vuelta con las fantasías, me hago idea de que en alguna parte de la terraza de su residencia, con su rostro bonachón, Claude Monet encuentra su paz interior ante el increíble espectáculo que él mismo concibiera.
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espectacular estar aqui…. el mundo y sus lugares maravillosos
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Cierta la magia inconmensurable de la naturaleza en Giverny, un pueblito perdido en Normandía hecho a la medida de los impresionistas. Gracias de nuevo.
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