Dicen que con el nuevo coronavirus uno repara en detalles que antes subestimaba. En mi caso no es así. Siempre me ha parecido detestable el sonido que emiten los grillos, si bien prefiero su canto al reggaeton.
De niño me hablaban de Pepe Grillo en la historia de Pinocho, obra con la cual saltó a la fama el periodista y escritor italiano Carlo Collodi. Yo me enternecía con los relatos y me impresionaban bastante los comentarios de este simpático animalito en su rol de conciencia parlante del inmaduro muñeco de palo.
¿Simpático? Luego de escucharlo perennemente durante una noche en la que sufría desvelo, comencé a odiarlo.
De forma idílica Pepe Grillo se antojaba como el fiel compañero que todo quisiéramos tener a modo de consejero personal, pero para amarlo había que ceñirse únicamente a la película de Walt Disney.
Me inventaron el cuento de un Pepe Grillo malévolo, envidioso y la idea me sirvió para justificar mi ira contra el pequeño y sonoro insecto.
Ocurrió con el ingreso de un grillo en mi casa, alojado cómodamente en mi dormitorio en algún escondrijo imposible de detectar. Para mi no tiene desperdicio el siguiente comentario:
“No solo nos acompañan con su canto, sino que si un grillo salta al patio de tu casa, trae buena fortuna, prosperidad y vitalidad”.
Pues me encantaría que quienes así opinan afrontaran la experiencia de compartir una noche de sueño con los grillidos o Grillydae.
Por lo pronto, sigo a la caza de mi grillo para que por lo menos, ayude a pagar la electricidad del apartamento.
Simpático I divertido artículo sobre los grillos, si no retrotraemos al famoso cuento de Pinocho y su consejero Pepe Grillo; me pregunto y quizás tú también porque tuvo que ser un grillo su conciencia…pero el escritor así lo quiso…para tí en tus noches sobre todo, sé que este insecto perturba tú sueño, te pone de los nervios y te mantiene activo en su búsqueda. Ojalá haya suerte y sólo sea el recuerdo feliz de este libro infantil lo que te haga pensar en los grillos cuando le des caza, sino, suerte y paciencia.
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Gracias por el aliento, pero ahí está, como la puerta de Alcalá. Tengo la impresión de que ya tiene su propia almohada y ha entrado en una zona de confort.
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