Me esperan 21 horas de avión, con el añadido inminente de cuatro en cada aeropuerto sin pensar en la llegada al destino final. Aún así, el tránsito por París valdrá la pena y la estancia en Sudáfrica ha sido una experiencia inolvidable.
Dialogar con la soledad supone casi una hazaña. En Sudáfrica hay dos posibilidades de sobrellevar las jornadas, o se arriesga uno a incursionar en barrios altamente peligrosos de Johannesburgo o Pretoria, o se conforma con andar por las zonas protegidas relativamente seguras.
Tomé algunos riesgos en largas caminatas. De lo contrario no hubiese visto el deslumbrante cambio de la naturaleza, los cantos y danzas de la mayoría negra a cualquier hora y por los más disimiles motivos, desde el jolgorio hasta la tragedia.
Ni tampoco a los infantes y jóvenes blancos con esa rara costumbre de andar descalzos en centros comerciales o en determinados momentos del día, por aquello de la reafirmación de pertenecer a esta tierra; una tradición de los “bóers” (granjeros holandeses) o para protegerse con anticuerpos.
A mi llegada me alojé en un céntrico hotel de Pretoria, no lejos del Union Buildings, el palacio presidencial que cuenta con un reloj similar al Big Ben de Londres, y donde Nelson Mandela ocupó el sillón principal de 1994 a 1999, en un hecho histórico que marcó el camino de la democracia y el fin del apartheid.
Empero, estar cerca de los majestuosos edificios que uno ya había incorporado a la memoria por Invictus, la película de Clint Eastwood, no significaba el placer de los paseos matinales. La criminalidad, me advertían los hoteleros, es elevada en la zona.
Luego, la maravilla del Guest House de Brooklyn Manor, en un barrio residencial mucho más apacible aunque tampoco ajeno a la amenaza de robos y violencia.
Allí con Pieter, el propietario, y Leuyson, su brazo ejecutivo, hice amistad y pude aprender muchas cosas de Sudáfrica, sin por ello saltarme el impacto de la realidad cotidiana.
Las mansiones, todas elegantes y con piscinas, no pueden ocultar el temor.
Cercas alambradas con sistemas de alta tensión, perros Rhodesian Ridgeback (pastor rodesiano), conocido como “el cazador de leones africanos”, Rottweiler, Pastor Alemán o Labradores, además de guardianes fuertemente armados subrayan lo que ya sabemos: la criminalidad no es cosa de juegos en Sudáfrica.
Valió la pena el acercamiento a una cultura con 11 idiomas oficiales y tal cantidad de etnias, que en una colorida sesión parlamentaria en la bellísima Ciudad del Cabo, la magnitud de comidas, trajes típicos y bailes daban la impresión de un encuentro de Naciones Unidas.
El Amarula, las pulseras de pelos de elefantes y jirafas, la mística, las asimetrías sociales, y, sin dudas, la amabilidad y educación de sus habitantes, de todas las razas y colores.
Un largo bostezo, je crois. Me hubiese gustado más desarrollo o ritmo de algunos asuntos. Pero ya lo dice el título, son bostezos en la noche….Merci.
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Efectivamente,son bostezos…De todas formas es válida su apreciación. Agradecido.
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Agradezco siempre la lectura. No recuerdo haber visto nada suyo anteriormente. Estoy viajando en estos dias lo cual de alguna manera digo en mi ultimo post. De cualquier forma, esto es un blog personal, sin ataduras. Su anonimato es cuando menos curioso y la Sorbona, ufffffff.
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Ha resultado una hermosa experiencia que hemos vivido con «pelos y señas», pero coincido con el lector que pidió más desarrollo en algunos aspectos y es que se queda uno con deseos de continuar la lectura.
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Siempre son los lectores la fuente esencial de inspiración. Aprecio la observación y será tenida en cuenta en lo adelante.
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