La modernidad se antoja un pecado, aunque resulte inseparable de Viena en el siglo XXI, tal vez la ciudad más auténtica de Europa, paradigma de reyes y noblezas, sin desperezo, espléndida y al compás de las musas irreverentes de Mozart.
No se necesitan frases hechas ni comentarios exultantes. Viena transpira belleza, tradición y música, como si se tratase de un cofre aislado, excepcional y diferente. Lo que le faltaría para ser perfecta es encontrarse a sí misma, fuera de su raigambre elitista.
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