Yaganes, últimos “mohicanos” de la Antártida

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Sonrisas tímidas y un cierto aire de desconfianza dominan el ambiente en una rústica cabaña a pocos metros del Canal Beagle, Puerto Williams, la ciudad más austral del mundo. Un encuentro con algunos descendientes de la etnia chilena Yagán pretende alentar una conversación llena de curiosidad y enigmas.

Empero, por las mismas razones que tendrían todos los indígenas del continente americano, el recelo es tangible a pesar de nuestros esfuerzos diplomáticos. Apenas quedan 70 u 80 yaganes, no poseen tierras propias y se les exige licencia y uso obligatorio de GPS para navegar en sus canoas.


Las canoas o anan, como las denominaban, ahora las vemos en miniatura dentro de las artesanías que producen los yaganes o yámanas para su sustento. El mismo modelo de embarcación cuando hace unos 7,000 años eran soberanos de los canales patagónicos y de Tierra del Fuego, y se dedicaban a la pesca, la recolección y la caza.

La dulzura de Verónica Morales, del equipo del Programa de Conservación Biocultural Subantártica, y la nobleza de tres mujeres de distintas generaciones y un hombre, terminan por hacer más distendida la charla informal, mucho más cuando se incorpora la abuela Cristina, la última descendiente directa de los yaganes, ya con 89 años de edad.

En Villa Ukika, en la periferia de Puerto Williams, Región de Magallanes y la Antártida chilena, los yaganes son dueños del suelo donde descansan sus humildes viviendas, pero no de las tierras. Hay gestiones en curso con el Estado. Sin embargo, los amos de estos parajes remotos hace miles de años, lamentan la situación.

-Soy la última hablante yagán. Otros igual entienden pero no hablan ni saben como yo, dice la abuela Cristina con una sonrisa melancólica.

Tesoro humano vivo, como la reconoció el gobierno de Chile en 2009, sus rasgos se asemejan a las etnias polinesias, nada extraño para un país como Chile que tiene el lujo de contar también con la Isla de Pascua o Rapa Nui.

-PRESENTE Y FUTURO

Julia González Calderón es hija de Ursula, la fallecida hermana de Cristina Calderón. Tiene una suerte de liderazgo heredado en el pequeño taller de artesanía de los yaganes, junto a su hermano Martín. Sin lamentos, con el lenguaje directo que los caracteriza, hablan de las variaciones en las temperaturas en esta zona remota del universo.

El clima ha cambiado mucho. Todo es diferente. Antes hacíamos la fiesta de la nieve, comentan lacónicamente.

A Martín le brillan los ojos cuando menciona su época de pescador. En realidad, casi todos anhelan la pesca, incluidas las mujeres, pero deben hacerla a hurtadillas por el tema de las licencias y los GPS.

Sin embargo, Martín no se ruboriza cuando reconoce que su labor principal en la actualidad es de artesano. Tampoco muestra sobresalto alguno, lo mismo que Julia, ante la pregunta en torno al futuro de los yaganes: vamos a desaparecer, no hay mucho interés en nosotros.

La abuela Cristina señala en su lenguaje acompasado que ya no tiene fuerzas para las confecciones, aunque no cesa de promover las ventas de los productos de su taller. Era especialista en canastos de junco, réplicas de canoas y tejidos de lana, a tono con las tradiciones ancestrales.

En la cita con los yaganes, donde estuvieron nietas y bisnietas, la palabra no fue lo más destacado. Y sin embargo, afloró la sinceridad, las sonrisas nerviosas, pero igualmente un dejo de resentimiento.

Los yaganes llegaron a ser más de tres mil indígenas que navegaban por los mares desafiantes de la zona. Se cubrían con poca ropa y se protegían de las heladas temperaturas cubriéndose el cuerpo con grasa de lobos marinos.

Con esos relatos, una de las nietas se anima a confesar que a escondidas, de vez en cuando toma una canoa y se va por el Canal Beagle. Una aventura que hace siglo y medio asombraría al joven Charles Darwin.

La mística de la abuela Cristina se enfoca ahora en transmitir sus conocimientos yaganes y haber enseñado parte del idioma yagán a una de sus nietas y a una sobrina. Una lengua que llegó a tener un glosario de alrededor de 32,000 palabras, con un léxico especializado, si bien no escrito.

La gran curiosidad es que posee, según los expertos en ciencia lingüística, una de las palabras “más concisas del mundo y difíciles de traducir”: Mamihlapinatapai.

Significaría: Una mirada entre dos personas, cada una de las cuales espera que la otra comience una acción que ambas desean pero que ninguna se anima a iniciar.

6 comentarios en “Yaganes, últimos “mohicanos” de la Antártida

  1. Ojalá y no se queden entre los olvidados y hagan algo por prestarle la mayor atención. Son los grandes ancestros de los pueblos latinoamericanos.

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