El amigo Manuel prefirió seguir el camino sin capa protectora y el resultado fue tan espectacular como el Humo que Truena, (Mosi-oa-Tunya), las Cataratas Victoria (Victoria Falls), con una lluvia invertida que asciende en forma de vapor de agua.

Empapado, Manuel seguía sin reconocer que los lugareños de Zimbabwe y Zambia tenían razón cuando ofrecían una capa de agua por módico precio a la entrada del parque, camino a la catarata más extensa del mundo con 1,7 kilómetros de largo, el doble que la del Niágara.

Sentimos en carne propia el estruendo poderoso de la naturaleza de los 500 millones de litros por minutos que dispara con 108 metros de caída libre del rio Zambeze, donde enormes hipopótamos y cocodrilos se disputan la hegemonía del cuarto embalse en longitud de Africa detrás del Nilo, el Congo y el Níger.

Curiosamente, el Zambeze toca también las cataratas Chavuma, en la frontera entre Zambia y Angola; así como las cataratas Ngonye, en el oeste de Zambia.

Por el caudaloso río hicimos un recorrido en yate con dos amistosos guías, Douglas y Cyril, uno de Zimbabwe y el otro de Zambia, prueba de la armonía que al menos en el plano turístico existe entre los dos países.

Douglas y Cyril nos mostraron elefantes salvajes en el lado zambiano y abundante población de cocodrilos e hipopótamos, con la advertencia de que el gran mamífero herbívoro, en aguas turbulentas despacha con sus poderosas mandíbulas a cualquier alimento incluidos seres humanos.

El nombre del Humo que Truena es perfecto y así llaman al colosal salto de agua los habitantes a los dos lados del Zambeze. Pero igual existe un respeto absoluto por el escocés David Livingston, el misionero y explorador que la bautizó en 1855 como Cataratas Victoria, en homenaje a la reina británica.

Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 1989, es una de las mayores atracciones turísticas de Africa Austral y en especial la ciudad de Victoria, en Zimbabwe. Nos ofrecieron acceder por barco a una pileta natural, nombrada Piscina del Diablo, con piedras justo al borde del salto, a 100 metros de altura. Declinamos la aventura.

De piscinas, nos contaron en el hotel donde nos alojamos del hábito de un hipopótamo llamado Phebo, que en ocasiones aparecía de noche por el jardín aledaño a la alberca, donde podía hasta darse un chapuzón. Tampoco nos pareció interesante la idea del baño.