Chile, gracias por el vino

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Vino color de día, vino color de noche, vino con pies de púrpura…así comienza su poema Pablo Neruda para tomar de pretexto a la exquisita bebida y regalarnos otra de sus bellezas literarias. Tenía que ser, como buen chileno.

De Neruda y su Oda al Vino, me permito el salto hacia la hermosa pluma de Mario Benedetti, uruguayo y también adorador de los placeres de la vitis-vinífera, para tomar prestado el título de su novela Gracias por el fuego.

Las olas, el viento, un poco de suerte y la seducción por las delicias que nos ofrece la uva, con su lenguaje singular de taninos, cuvée, afrutado, astringente, redondo, cru, aromas, bouquet…

En fin, Chile y el vino, como si el sur, a lo Benedetti, me recordara que también existe, luego de mi inolvidable paso por Sudáfrica y el descubrimiento exultante de las extraordinarias viñas de la Nación Arcoiris.

rutavino
Dentro de su delgada pero extensa geografía resplandecen los viñedos del país sudamericano con una historia abundante en curiosidades. De algún modo, el mundo le debe a Chile la subsistencia del vino.

La plaga de la filoxera (insecto parásito de la vid) atacó primero a Francia en 1863, después siguió destruyendo las mejores cepas europeas y se instaló en California, Estados Unidos, en 1873. Su vuelo imparable dañó igualmente a Australia en 1875 y a Sudáfrica en 1880.

Sin embargo, Chile sobrevivió incólume al fenómeno y sus cepas saludables devinieron tablas de salvación para la industria vitivinícola mundial, con un acento francés muy marcado.

Séptimo productor y quinto exportador de vino en el mundo, sus inicios en la industria se remontan a 1524 con Hernán Cortés y la orden de plantar mil viñas españolas y autóctonas en las tierras americanas conquistadas hasta llegar al Perú, y posteriormente a Chile y Argentina.

Empero, fue un científico y experto francés el encargado de dar el gran impulso al vino en Chile. Según Claudio Gay, la nación sudamericana “posee terrenos admirables, a propósito para el cultivo de la viña ya sea por su naturaleza, o ya por la forma de anfiteatro que presentan sus colinas”.

En todo caso, la personalidad que influyó más en la configuración del vino chileno fue el político y diplomático Silvestre Ochagavía, quien viajó comisionado a Europa y completó la colección de 40,000 vides europeas de 70 tipos, plantadas en las tierras de Claudio Gay.

Ochagavía entusiasmó a empresarios chilenos como Melchor Concha y Toro (creador del muy famoso viñedo en 1883) al contratar expertos franceses, quienes comenzaron en 1851, a sustituir la cepa española País por Cabernet Sauvignon, Malbec, Merlot, Pinot, Riesling, Sauvignon Blanc y Sèmillon.

-CARMENERE INSIGNIA-
carmenere
Aunque el origen es francés, las cosechas de Malbec de Argentina son absolutamente emblemáticas. Pocos enólogos se atreverían a discutir la supremacía sudafricana de la Pinotage (Pinot noire con Cinsault).

Con la Carménére no hay dudas. Si bien surgió en Médoc, Burdeos, fue destruida por la filoxera y los viticultores franceses la remplazaron por una variedad más resistente, Merlot.

Hasta que se hizo el milagro. En época tan cercana como en 1994, el científico galo especializado en la vid (ampelógrafo) Jean Michel Boursiquot determinó la existencia de la Bordeaux Carménére en Chile, en Viña Carmen.

Había sido confundida con las vides de Merlot y el redescubrimiento le permitió al largo territorio del Cono Sur, básicamente a su región central, convertirse en el rey del Carménére del universo.

De acuerdo con reputados sommeliers, los Carménére son vinos de cuerpo medio, afrutados y con notas verdes de pimentón, achocolatados y de taninos amigables.

“Por la historia romántica de cómo se rescató esta cepa un siglo después de la filoxera es una variedad insignia, pero es una uva difícil de vinificar y no todos los años da para hacer vinos jóvenes sin crianza. Los grandes Carménére realmente deberían ser un distintivo porque sin duda poseen personalidad propia”.

-LITERATURA-
Neruda
Mejor la literatura que un catálogo de recomendaciones que dejo para más adelante con los buenos Carménére, Cabernet de Sauvignon , Chardonnay y otros.

Así vemos al poeta chileno Nicanor Parra en una frase transparente:

El vino cuando se bebe con inspiración sincera sólo puede compararse al beso de una doncella.

O el cantautor francés George Brassens con ese lenguaje coloquial que lo hizo tan popular:

El mejor vino no es necesariamente el más caro, sino el que se comparte.

Y finalmente, Pablo Neruda…
Oda al Vino:

VINO color de día,
vino color de noche,
vino con pies de púrpura
o sangre de topacio,
vino,
estrellado hijo
de la tierra,
vino, liso
como una espada de oro,
suave
como un desordenado terciopelo,
vino encaracolado
y suspendido,
amoroso,
marino,
nunca has cabido en una copa,
en un canto, en un hombre,
coral, gregario eres,
y cuando menos, mutuo.
A veces
te nutres de recuerdos
mortales,
en tu ola
vamos de tumba en tumba,
picapedrero de sepulcro helado,
y lloramos
lágrimas transitorias,
pero
tu hermoso
traje de primavera
es diferente,
el corazón sube a las ramas,
el viento mueve el día,
nada queda
dentro de tu alma inmóvil.
El vino
mueve la primavera,
crece como una planta la alegría,
caen muros,
peñascos,
se cierran los abismos,
nace el canto.
Oh tú, jarra de vino, en el desierto
con la sabrosa que amo,
dijo el viejo poeta.
Que el cántaro de vino
al beso del amor sume su beso.

Amor mío, de pronto
tu cadera
es la curva colmada
de la copa,
tu pecho es el racimo,
la luz del alcohol tu cabellera,
las uvas tus pezones,
tu ombligo sello puro
estampado en tu vientre de vasija,
y tu amor la cascada
de vino inextinguible,
la claridad que cae en mis sentidos,
el esplendor terrestre de la vida.

Pero no sólo amor,
beso quemante
o corazón quemado
eres, vino de vida,
sino
amistad de los seres, transparencia,
coro de disciplina,
abundancia de flores.
Amo sobre una mesa,
cuando se habla,
la luz de una botella
de inteligente vino.
Que lo beban,
que recuerden en cada
gota de oro
o copa de topacio
o cuchara de púrpura
que trabajó el otoño
hasta llenar de vino las vasijas
y aprenda el hombre oscuro,
en el ceremonial de su negocio,
a recordar la tierra y sus deberes,
a propagar el cántico del fruto.

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