Tejió frases de profundo contenido aunque las soltara con irreverencia al éter de las imaginaciones para volver a su enclaustramiento favorito. Igual era un viajero, un hombre marcado por la aventura de la vida y por la convicción, como repetía, de que “no estamos solos en el universo”.
Así, Claude Lévi-Strauss diría entre tantos aportes que dejó antes de su partida en noviembre de 2009, su percepción acerca del respeto.
“Un humanismo bien ordenado no comienza por sí mismo, sino que coloca el mundo delante de la vida, la vida delante del hombre, el respeto por los demás delante del amor propio”.
Pudo ser un novelista famoso, tal vez un experto insoslayable de la ecología o filosofo imprescindible. Fue todo eso y mucho más, aunque su mayor placer era la discreción y el gozo del anonimato cuando letras y palabras quemaban el pensamiento.
Padre del enfoque estructuralista de las ciencias sociales, antropólogo por excelencia, Claude Lévi-Strauss se marchó de este mundo a los 100 años de edad y un poco más, dejando esa suerte de vacío que los genios se permiten.
Francés, de padres judíos de Alsacia, nacido en Bruselas pero afincado toda su vida en París, Lévi-Strauss, al margen de los cuantiosos reconocimientos a los cuales siempre fue esquivo, adquirió uno de sus mayores tesoros con Tristes Trópicos.
No tenía la categoría de novela, como hubiesen querido los jurados del prestigioso Premio Goncourt de Literatura de Francia. Pero llevaba el sello de la diversidad, ese vocablo tan discutido hoy en día y que algunos se niegan a aceptar.
“Poseía una bolsa llena que tenía ganas de volcar”, declaró en 1954 a propósito de Tristes trópicos, la obra que le permitió acceder al público, con esos deseos de libertad y trabajo científico al mismo tiempo.
“Ser humano significa, para cada uno de nosotros, pertenecer a una clase, a una sociedad, a un país, a un continente y una civilización; y para nosotros los moradores europeos, la aventura desarrollada en el corazón del Nuevo Mundo significa en primer lugar que no era nuestro mundo y que tenemos responsabilidades en el crimen de su destrucción”, reflexionaba.
Relatos de viajes y aventuras, moralista, estudioso de las representaciones simbólicas tribales para demostrar el comportamiento humano, también se empeñó en dotar a la etnología de métodos novedosos.
Sus aportes fueron esenciales en torno al arte, la filosofía, la política, la literatura y los asuntos familiares. La UNESCO no cesaba de alabarlo, y como repitió a su muerte Koichiro Maatsura, el antiguo Director General, “el mundo tuvo el placer de disfrutarlo”.
“Su pensamiento cambió la percepción que el hombre tiene de sus semejantes, rompiendo conceptos tan excluyentes como la raza y abriendo camino a una nueva visión basada en el reconocimiento de los lazos comunes que unen a la humanidad”, opinó Maatsura.
Desde el punto de vista del etnólogo suizo Pierre Centlivres, Lévi-Strauss “cambió nuestra perspectiva respecto a “salvajes” y “civilizados” y se convirtió en una suerte de poeta de la diversidad cultural.
Afincando en una corriente contemporánea que rechaza el relativismo cultural de la antropología social inglesa y la social estadounidense, su desaparición física no sólo conmocionó a Francia, sino a la comunidad internacional y en especial a Brasil.
Odio a los viajes y a los exploradores, decía en Tristes trópicos en su mirada al Amazonas este incansable investigador que no cesó nunca de hurgar en lo más profundo del pensamiento humano ni tuvo descanso cuando estaba a punto de cumplir 101 años.
Para este hombre excepcional, controvertido, cuestionado por “dedicar demasiado tiempo a escribir”, no había ninguna raza que intelectualmente sea superior o inferior. Cada grupo étnico de la humanidad tiene su especificidad con la que ha contribuido a un legado común.
Un punto de partida profundo que se complemente con los “trópicos” del gigante suramericano, donde ya advertía de la extinción de culturas primitivas amenazadas por el avance de la civilización.
Fue pesimista en torno a la globalización y tomó con cuidado de escalpelo la palabra el “avance o progreso” de la humanidad. Pero igual advirtió sin mensajes lapidarios de los peligros que suponía el porvenir.
Este hombre increíble que fue capaz de estudiar a Marx y a Freud, marcando sus puntos de vista con respeto, no perdía ocasión para subrayar su humildad:
“Simplemente he aspirado a dar cuenta de fenómenos múltiples y complicadísimos de una manera más económica, y más satisfactoria para el intelecto que todo lo hecho anteriormente. Pero con la certeza de que este estadio es provisorio y que otros, mejores, lo sucederán”.