Obsesiones, sueños y fantasías al mejor estilo fabulador, como si la Apocalipsis tocara las puertas del mundo o la imaginación de un cineasta lo convirtiese en un lugar eterno e inconmensurable: sencillamente Fellini.
De la mano, no podía faltar Anita Ekberg, desafiando con sensualidad y belleza a la Fontana de Trevi en Roma y el rostro perplejo de Marcelo Mastroianni. Una escena irrepetible en el séptimo arte, como muchas otras del maestro italiano Federico Fellini.
La Dolce Vita (1960) es el pretexto mejor buscado, una suerte de onda llena de magnetismo enfocada hacia un público diverso que luego goza de la impronta de aquel hombre de sonrisa tan ancha como su cuerpo, nacido en Rimini, Italia, el 20 de enero de 1920.
Fellini, el gran desfile, es el nombre de la exposición que deleitó a París desde noviembre de 2009 en el museo Jeu de Paume, en pleno Jardín de las Tullerías, a un costado de la Plaza de la Concordia y muy cerca de Les Champs Elysee.
Nos faltaría la Vía Veneto de Roma, la original que ya no existe, donde se inspiraba el célebre realizador de La Strada, Las noches de Cabiria, Ocho y medio, y Amarcord, cuatro de sus joyas ganadoras de los Premios Oscar.
“Eres la primera mujer del primer día de la creación”, le dice Marcelo a Sylvia antes de aproximarse a la Fontana de Trevi y dibujar uno de los besos más sensuales de la historia del cine, el cual, sin embargo, se queda en la insinuación.
Así uno se siente a gusto apenas ingresar en el Jeu de Paume, por supuesto si conoce a Fellini y le agradan sus películas. Porque La Dolce Vita es en lo personal el “Gran Objeto del Deseo” de la década de 1960.
No había cumplido los 14 años cuando intenté ver la cinta. Uno de mis compañeros de escuela se había convertido en el héroe de los adolescentes audaces de este mundo: logró confundir a los vendedores de la sala de cine y vio La Dolce Vita.
Se regodeaba contándonos de la exuberante belleza de Anita Ekberg y con especial morbo, de aquella canción famosa llamada Patricia que servía de telón de fondo al primer strip-tease que escandalizaba hasta el propio Vaticano en Roma.
Cinco décadas después, la escena del strip-tease se exhibe para todas las edades en el Jeu de Paume, y una niña de 11 años me pregunta qué quiere decir eso. Lo llama eso porque no entiende el semidesnudo ahora visto como mojigato y antes una osadía.
Acaba de cumplir 50 años y para recordarlo con emociones y nostalgias del tiempo vivido (y transcurrido), se nos aparece un fragmento documental en el que mucho tiempo después de su esplendor, se asoma la mismísima Anita Ekberg, ajada y envuelta en kilogramos
OBSESIONES
La muestra no guarda relación alguna con lo convencional. De hecho el museo se transforma en una sala de laberintos de cine y cada cuadro o fotografía, intenta revelar las obsesiones de uno de los directores más notables de todos los tiempos.
Hay 30 extractos de películas y más de 400 obras, dentro de las cuales se cuentan fotografías y dibujos de Fellini, quien en sus inicios profesionales anduvo dándole vueltas a la caricatura.
Gustaba reflejar en el dibujo su fértil imaginación a partir de la doctrina de la psiquiatría de Jung, al tocar el tema de los significados de los sueños.
De sus caprichos, la Dolce Vita toca el perfil del ideal femenino del cineasta en boca de Mastroianni al enaltecer a Ekberg. En cualquier caso, hizo de su compañera y esposa de toda la vida, la actriz Giulietta Masina, su musa inspiradora.
Masina estuvo prácticamente en la mayoría de las obras relevantes de su esposo, como La Strada, Las noches de Cabiria, Julieta de los espíritus y Ginger y Fred, además de trabajar con otros realizadores del rango de Luigi Comencini y Roberto Roselini.
En torno a La Dolce Vita, la cinta se quedó con una nominación al Oscar en calidad de largometraje. Pero conquistó la estatuilla dorada por Mejor Vestuario en 1961, y ganó la Palma de Oro en Cannes, la catedral de los festivales de cine.
Fellini logró con sus filmes nada menos que 23 nominaciones al Oscar, de las cuales se hizo de ocho estatuillas, cinco directamente a sus manos.
La Strada, Las Noches de Cabiria, 8 y medio, Amarcord y un Oscar por el conjunto de su obra en 1993, confirmaron la veneración y tributo a uno de los genios del séptimo arte.
“El cine es una vieja prostituta, como el circo y sus variedades, que sabe como dar una serie de placeres (…)”, comentó en una ocasión este orfebre del celuloide.
Con Amarcord (Yo me acuerdo en dialecto de la región de Emilia-Romaña) hay una recreación de memorias de la infancia en su natal Rimini, camuflada con la inocencia y la ansiedad de épocas herméticas a la apertura de la sexualidad en una Italia fascista.
Los militares y la iglesia, junto con la educación, están en la mira de las críticas de Fellini en tres de los asuntos que más le concitaban preocupación. Se burlaba, a veces con fineza y otras con estilo mordaz y sin ambages.
Fue siempre incisivo con los políticos, jamás comulgó con la religión asfixiante y desbarró de la decadencia de la burguesía. En Amarcord, con la música de su gran amigo Nino Rota, es perceptible la consagración del neorrealismo al clasicismo italiano de Fellini.
Aquella vendedora de enormes pechos, capaces de anonadar al ávido adolescente, remarca el andar fabulero de los despertares de la juventud, con humor tierno y humano.
“Un buen vino es como una buena película: dura un instante y te deja en la boca un sabor a gloria; es nuevo en cada sorbo y, como ocurre con las películas, nace y renace en cada saboreador”, repetía este hombre también amante de la buena mesa. n
maestro de maestros. inconmensurable. un genio de ese cine italiano que lamentablemente parecer haber perdido el rumbo.
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No hay cine tan peculiar como el de Fellini.
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