Daniel Day Lewis: la piel en el cine

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París.- El primer impacto es negativo, el siguiente es descarnado y el final, repulsivo. Entonces Daniel Day-Lewis ha conseguido su propósito y justifica con creces el segundo Oscar de su carrera con There will be blood.

Es la encarnación más legítima de la metamorfosis de un actor, según la exigente crítica francesa. Tal vez con la virtud de ser uno de los pocos en el mundo capaz de meterse en la piel del personaje como si hubiese nacido con esas características.

Tiene dos íconos que se convirtieron en sus grandes desafíos, Robert de Niro y Marlon Brando.

Para Day-Lewis, De Niro fue en una vida anterior taxista de profesión, por la autenticidad de su papel en Taxi driver. Sigue convencido de que su colega estadounidense manejó un auto amarillo por las calles de Manhattan alguna vez.

Lo mismo para Marlon Brando. Por su interpretación en El baile de los malditos (The Young Lions, en inglés), hay una línea familiar que lleva a otro espacio de tiempo, en el cual Brando era un genuino exponente de la lengua de Goethe, con el cabello completamente rubio.

Acaso similares pasajes concitan la reflexión en torno a Daniel Day-Lewis, nacido con ese nombre el 29 de abril de 1957 en Irlanda, pero transformado en Daniel Plainview, un hombre manipulador y sin escrúpulos, devenido magnate petrolero en Texas.

Es un actor selectivo, divorciado del trabajo por compromiso de popularidad, enemigo acérrimo de las concesiones comerciales y exigente hasta la pulcritud desmesurada en el análisis de cada papel que le ofrecen.

Parece un retrato altisonante y poco complaciente con este Daniel que puede haber nacido realmente como Day-Lewis o simplemente ser la reencarnación de Plainview.

Nieto de un productor británico de cine (Michael Balcon), hijo del desaparecido poeta Cecil Day-Lewis, y de la actriz de teatro Jill Balcon, y esposo de Rebeca Miller, hija del dramaturgo estadounidense Arthur Miller.

Por añadidura, tiene un hijo fruto de su anterior relación con la actriz francesa Isabel Adjani, y fueron conocidos sus romances con Julia Roberts y Winnona Ryder. Un panorama que sin dudas, colocan su historia personal muy dentro de la actuación y el cine.

SIETE VIDAS
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Británico nacionalizado irlandés, con una marca familiar indeleble en su vida, pasó inadvertido en la varias veces galardonada película Gandhi de 1982, en la cual tuvo apenas un pequeño papel.

De todos modos fue adquiriendo valiosas experiencias en diversas apariciones, incluyen La insoportable levedad del ser, al lado de la exquisita francesa Juliette Binoche, hasta su consagración definitiva con Mi pie izquierdo.

Alejado casi siempre del “jetset”, taciturno y dado a “los retiros espirituales” voluntarios, Daniel Day-Lewis, admite que encarnar a sus personajes le provoca un desgaste físico y mental extraordinario.

Así, aunque niega ser un ermitaño, antes o después del rodaje de una película desaparece de la vida pública, meses por lo general. Luego, se hace más enigmático cuando estudia un potencial papel. Un período de abstracción absoluta, según dijo en una ocasión.

Un gato de siete vidas o nueve, según las creencias de cada cual. Capaz de moverse en cuerdas tan disímiles que van desde un tetrapléjico que hace catarsis con el arte, en Mi pie izquierdo (My left foot), hasta el carnicero de Pandillas de Nueva York.

La imagen que en 1989 recorrió el mundo de aquel joven que pintaba con su pie izquierdo, ante la parálisis que afectaba a casi todo su cuerpo, se convirtió en un clásico del cine. Definitivamente, habían diseñado el Oscar para él.

Su angustia, desesperación y finalmente éxito en su azarosa vida en la plástica se apoderaron de los espectadores, que sufrieron y disfrutaron los avatares de Christy Brown (Daniel Day-Lewis) como si fuesen parientes cercanos.

Luego, la transformación en otra de sus vidas felinas. En nombre del padre, de Jim Sheridan, junto a Emma Thompson, para conseguir otra nominación al Oscar. Pasó, siempre entre signos de admiración como El último Mohicano, La edad de la inocencia y El Crisol.

Hasta volver a caer en manos de Martin Scorsese, que ya lo había dirigido en La edad de la inocencia, y lanzarse a Gangs of New York (Pandillas de Nueva York) en 2002, en la que “devora” a Leonardo Di Caprio y alcanza una nueva postulación al Oscar.

LAS TABLAS

Formado en la escuela Bristol Old Vic, dedicó sus primeros años de carrera al teatro, principalmente toda la década del 70 y algunos a partir de 1980. Drácula y Hamlet, estuvieron en su entorno de entonces.

“Una parte de mi todavía es salvaje, y es la que encuentra su expresión en mi trabajo”, comentó en una ocasión cuando un reportero le espetó si era cierto que tenía algo de lunático.

De todo el largo camino transitado, Paul Thomas Anderson le impuso un alto con grandes letras rojas y enormes signos de admiración.

El realizador de There will blood (con el título de Pozos de ambición en algunos países) sabía que tener en sus manos a Daniel Day-Lewis era un privilegio que no podía desperdiciar. Para no variar, ambos se lo tomaron muy en serio.

Aunque ya el espectador conoce por los críticos que se enfrentará a los primeros 30 minutos sin diálogos, la curiosidad se antoja un desafío.

Y el desafío se llama en esta ocasión Daniel Plainview, que todos conocen que es el camaleónico Day-Lewis, pero con una transformación extraordinaria. No tanto en lo físico como en toda la estructura del personaje.

Plainview está en casi todos los 158 minutos de película como figura y personalidad indiscutible, aunque detestable. También en calidad de sombra o fantasma, de mano tenebrosa, lista para reaparecer en cualquier instante.

El paralelismo no es obvio pero se transpira. La ambición por el petróleo, la ausencia de principios, los turbios manejos y la utilización de creencias religiosas o artimañas jugando sin respeto a los sentimientos humanos. Todo vale.

Soledad, paranoia y sangre. No critica, no concluye. Es la vida de Daniel Plainwiev y por muy poco agradable que sea, la disección es de muy alto vuelo.

Incómodo, sí. Al espectador no se le hace fácil digerir al personaje, pero no se siente asfixiado.

Daniel Day-Lewis afirma que una vez empiezas a rodar, cuanto menos hables, mejor. Fue la máxima que dominó el ambiente de mutuo respeto con Anderson.

Como en una de sus frases más logradas en There will be blood: he terminado.

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