Templo sagrado de la cultura universal, con una impronta tan especial que sólo Atenas le discutiría en raigambre, Roma transpira detalles con estilo desenfadado, como si esos pinos altos y cipreses sirvieran de telón de fondo al espectáculo supremo de su arquitectura.
Con Roma me sucede algo similar a París. Salgo a las calles dispuesto al recorrido extenso y diverso, con una idea fija, que puede ser en este caso las “Piazzas” (Plazas). Pero son urbes envolventes, dibujadas por la mano de Dios.
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