Nunca serán suficientes las palabras para homenajear a los grandes de la música
Un lunar en la punta de la nariz
París.- Cerca de la Plaza de la Concordia, no lejos del teatro de la Opera, una iglesia llamada la Madeleine parece absorbida por la disyuntiva de los símbolos. Uno de ellos es París, el resto, lo humano y lo divino.
Sin el donaire de Notre Dame o el Sacre Coeur (Sagrado Corazón), la Madeleine acaricia sus encantos a partir de un diseño irreverente. Pero sobre todo, la rodean pasajes inolvidables.
El 30 de octubre de 1849 fue velado allí Fréderic Chopin, el célebre compositor y pianista polaco. Por voluntad expresa en su testamento, se ejecutaron ese día en la Madeleine sus preludios en Mi Menor y Si Menor, y como colofón, el Requiem de Mozart.
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Esas historias de vidas que ofrecieron grandes aportes a la humanidad y se fueron tal vez sumidos en la tristeza
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Casi nunca los genios disfrutaron de sus obra a plenitud.
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