Tengo amigos que aprecian el cine como divertimento, otros a modo de pretexto recreativo necesariamente relajante y, los menos, inmersos en descubrir propuestas novedosas y mensajes reveladores con el sello del Séptimo Arte.
Me parece perverso pensar que todo está determinado por el destino. Sería como cerrar las puertas a la creación y la imaginería con tantas musas existenciales. Con el cine sucede lo mismo. Nos obnubilan las ráfagas mercantilistas de Hollywood, pero nos salvan los milagros del alma.
Boyhood es de las más recientes bellezas. Perfil indiscutible de su realizador, Richard Linklater, probablemente el “enfant terrible” de más consistencia en sus trabajos experimentales.
Con Linklater resurgen senderos esperanzadores. Aunque su caso no es único ni excepcional, refrenda la virtud de la búsqueda insaciable a la cual nos aventuramos los humanos apenas abrimos los ojos en este planeta.
Filmó en 12 años en tiempo real (2002-2013) detalles de la impronta de una familia normal en pleno crecimiento, con amarguras, frustraciones, luchas y preguntas, las mismas que tenemos todos. Y, sorpresa, la Academia de los Oscar compró la arriesgada apuesta de Boyhood (Momentos de la vida).
Sedujo más a la prensa extranjera que le concedió tres Globos de Oro (Mejor Película Dramática, Mejor Director y Mejor Actriz de Reparto para Patricia Arquette), aunque al menos obtuvo seis nominaciones a los Oscar, de las cuales sólo conquistó una estatuilla (Arquette).
Mason (Ellar Coltrane) es el hilo conductor desde los seis hasta los 18 años de edad en un relato telúrico, sincero y transparente, tan creíble como la vida misma. Para no pocos críticos, obra maestra del cine, imperdible en sus 164 minutos en los cuales la humildad y franqueza rebasan las expectativas.
Curiosidad, Ethan Hawke vuelve a acompañar a Linklater en Boyhood como lo hizo en la trilogía Before en largos proyectos y sin renunciar a una intensa carrera que lo coloca entre los mejores actores del momento.
-PRISMAS-
Me prometí no extenderme demasiado con Boyhood, pero era ineludible antes de aterrizar en otras películas que de forma caprichosa se me cruzaron en el camino: Last night, Words and Picture y Los Coristas.
Si existiera un punto de coincidencia entre estas cuatro cintas, me decantaría por la espiritualidad, asociada en algunos casos al arte. Esa mística por la que transitamos a veces de manera inconsciente y que inesperadamente nos desnuda con una serie de interrogantes simples: a qué vinimos, hacia dónde vamos y qué nos proponemos.
Un tanto filosófico, es cierto, pero real. Last night (conocida en español como Sólo una noche), es una agradable factura de 2011 de la iraní-estadounidense Massy Tadjedin con una filmografía apenas en movimiento.
Las tentaciones, el amor y la infidelidad potencial sin partir de una crisis propiamente dicha. Suerte de teatro en el cine con el histrionismo mesurado, diálogos sólidos, tranquilos y sin excesos, aunque sugerentes.
Lo que puede o no ocurrir en razón de las circunstancias y a tono con las imperfecciones humanas. Derroche actoral en la británica Keira Knighttley en un duelo sostenido que asimila bien el francés Guillaume Canet, y en una cuerda más baja, Eva Mendes y Sam Worthimgton.
Talento no les falta a Clive Owen y Juliette Binoche, otro dúo británico francés, héroes, si cabe el epíteto, de Words and Picture, presentada en español con el mediocre título de Lecciones de amor, escogido seguramente por alguna distribuidora que no tiene la menor idea de la dicotomía entre imágenes y palabras.
Sin un orden cronológico intencional, desciende el rango en la película del australiano Fred Schepisi (Seis grados de separación), quizá por la ambición turgente de erigirse conquistador de la controversial relación entre el impacto de las imágenes y la emoción de las palabras.
Y sin embargo, se aprecia como bálsamo, alejado de conflictos, penurias y tristezas, con la pequeña y apreciable aportación de fijar la mirada en el arte.
De pequeños detalles, otro feliz tropiezo con las memorias para refrescar el deleite con Los coristas (Les choristes) , la joya francesa de 2004 de Christophe Barratier.
La infancia, la música y la educación. A ratos ocurrente y dramático, el largometraje deslumbra en su honestidad, sin chantajes emocionales, sobrio y fabulero. Con dos actores muy correctos, Gérard Jugnot y Francois Berleand, y el descubrimiento de un niño corista de voz excepcional, Jean Baptiste Maunier, actualmente cantante y actor exitoso.
Todos, milagros e ilusiones de la vida en el cine.
Son películas de cierto contenido con la idea de dejar huellas aunque muy diferentes en los mensajes
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Para mi son películas que se agradecen, si bien no todas logran la excelencia y algunos guiones se resienten. Pero el interés estriba en los temas y de la forma que los aborda.
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Interesante comentario cierto que a veces nos atolondran con cine violento o superficial y películas de otro corte se agradecen
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Exactamente, esa es la idea del comentario. Puede que no sean obras maestras, aunque Boyhood anda cerca, pero lo importante es que dejan mensajes diferentes y muy humanos.
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Me gusto mucho boyhood, la miré cuando me la recomendaste, excelente !!
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Me alegra mucho saber que una de mis lectoras favoritas apreció Boyhood. Es un cine diferente y muy terrenal. Lo mismo que la trilogçia Before.
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