Bruselas: Manneken Pis y chocolates

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Bruselas.- La estatua de un niño que orina (el Manneken Pis) y el paraíso más colosal de famosos bombones, se antojarían dos curiosos perfiles para identificar a Bruselas, aunque la capital de Bélgica tiene otros vuelos de gran altura.

Sería difícil llegar a una conclusión definitiva sobre Bruselas, donde abundan las bellezas espectaculares de varios estilos arquitectónicos, pero al mismo tiempo se resiente de la anarquía de su infraestructura.

Tarde o temprano, el camino del Manneken Pis, siempre acompañado de los chocolates, terminará por abrir los espacios indispensables de la Grand Place en una urbe cuyo punto de partida se fija en el año 979 pero la historia bendice sus umbrales en el 1100.

Las leyendas tienen la virtud de arroparse con la calidez de los deseos soñados. A los turistas les agrada mucho la historia del pequeño niño llamado Juliaanske que espiaba a una potencia extranjera en el siglo XIV.

Orinó sobre la mecha encendida de cargas explosivas colocadas en las murallas y así salvó a la ciudad. Otro cuento señala que en 1142 las tropas del duque Godofredo II de Brabante (de apenas dos años de edad) combatían contra sus rivales en Neder-over-Heembeek.

Para inspirarse en la batalla frente a los soldados de los señores Berhout de Grimbergen, el infante fue a parar a una cesta y colgado de un árbol desde donde orinaba a las tropas rivales, las cuales finalmente fueron vencidas.

Cazadores de anécdotas especiales de sus viajes, los visitantes sufren la decepción cuando encuentran al Menneke Pis (como lo pronuncian los bruselenses), de apenas 50 centímetros esculpidos en bronce, sobre un insignificante nicho estilo rococó.

Peor aún. Tampoco es la estatua original, la cual, después de ser robada en varias ocasiones, permanece a buen resguardo en el Musée de la Ville de Bruselas, antes bautizada como Bruocsela -bruoc: pantano; sela: capilla, es decir capilla del pantano.

La primera mención al Manneken Pis (de piedra) se remonta al año 1388 en los archivos de la catedral de Santa Gúdula. Quedó en bronce por el trabajo del escultor barroco franco-flamenco Jéróme Duquesnoy en 1619 y se convirtió en símbolo de la ciudad.

Dos días de vino y lambic (cerveza bruselense) salieron del chorro (tradicionalmente de agua) del Manneken Pis en 1890 durante las fiestas de la urbe. Últimamente es vestido con trajes alegóricos a distintas fechas.

Su estrecha relación con las chocolatinas es por puro azar. Como quiera que la pequeña estatua se sitúa en las áreas circundantes de la Grand Place, es imposible eludir decenas de tiendas y comercios de artesanía y, por supuesto, de los famosos bombones belgas.

Fue en 1880 cuando Leopoldo II de Bélgica colonizó el Congo, de dónde importó semillas de cacao. Descubrió entonces que el cacao sería de mucho beneficio para su país y aprovechó la circunstancia para dar nacimiento a una industria de lujo en Europa.

Los bombones belgas siguieron una costumbre determinada para convertirse en los mejores del mundo. De acuerdo con los especialistas, no agregan sabores artificiales, ni colores o preservativos a sus productos.

Firmaron virtualmente un pacto de caballeros: los belgas se consagran a los bombones y los suizos a las tabletas. Pero esta es otra historia.

-Bruocsela (subtítulo)

En Saint Géry, el obispo de Cambrai y Arras levantó una capilla en honor a San Miguel Arcángel en el año 695 en el emplazamiento actual de Bruselas, llamada luego Bruocsela en un feudo en el río Zenne.

La “capilla del pantano” cobró nombre cuando el emperador germano Otto II confió a Carlos, duque de Lorena y descendiente de Carlomagno, la construcción de un fuerte en esa región. Un siglo después la isla Saint Géry fue abandonada.

Ya en el sur del Zenne, un río que desaparecería años más tarde, se construyó un castillo que recibiría posteriormente al duque Juan I de Berabante en el siglo XIII, y a los diques de Borgogna en el XV.

Pero estos pasajes apenas alimentaron el crecimiento a partir de 1100 de una ciudad aventajada por su ubicación privilegiada para el comercio. Hacia 1229, había crecido tanto en importancia que obtuvo del Duque de Brabante su primera carta magna otorgándole autonomía.

Más adelante, en el siglo XIV, los concejales se instalaron en una casa sobre la plaza del mercado, la futura Grand Place.

Bruselas es actualmente el centro de la manzana de la discordia entre las comunidades dominantes del país, de Flandes y Valonia, o lo que es lo mismo, de origen neerlandés y francófono, respectivamente.

No es un asunto tan sencillo. Dominantes por mucho tiempo, los francófonos diseñaron los derroteros del país con gran inclinación hacia Francia. Sin embargo, el panorama cambió drásticamente, con un salto de los flamencos al poderío económico.

Así estamos hablando, con toda la redundancia o cacofonía posibles, de la capital de la región Bruselas-Capital, de la Región Flamenca y de las comunidades flamenca y francesa de Bélgica.

Por tanto se dice que la urbe como tal tiene una población apenas de 145 mil habitantes, aunque son más de un millón en el área completa, en la cual pueden repetirse calles con los mismos nombres en varias ocasiones.

Sede de la Comisión y el Consejo de la Unión Europea, además de escenario alterno del parlamento del bloque comunitario, y de la OTAN, tiene los encantos de una ciudad antigua, circundada por la modernidad, aunque un tanto gris.

Adolece de la “emoción” o la “impronta” de un sitio en el cual abundan construcciones singulares, como el Hotel de Ville de 1420, devenido la muy atractiva Grand Place, Patrimonio Mundial de la UNESCO desde 1988.

En medio de un notable espectáculo de museos y casas del estilo de Victor Horta, principal exponente del Art Nouveau belga, las Bellas Artes, el Cacao, la Cerveza, los pintores Meunier y Wiertz, los Instrumentos y el Cómic, sobresalen con luz propia.

Retozan en el gótico y el medieval, la catedral de San Miguel y Santa Gúdula, el Castillo Real de Laeken, el Palacio Real de Bruselas, y la ruptura total con la ultramodernidad del Atomiun, con 103 metros de alto y sus esferas de acero resplandecientes.

Inquieto y voraz, el Manneken Pis seguramente tendrá otros capítulos por contar. Lo favorecen sus escoltas divinos, mercados de chocolatinas y artesanos que reproducen su simpática figura, como si se trata de un Dios, belga o bruselense.

La pregunta en el ambiente es si este pequeño símbolo de 50 centímetros de bronce u otros atributos, serán capaces de alejar los peligros de escisión del reino de Bélgica.

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