¿De qué se ríen los asiáticos?

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Poco más de tres años en el sudeste asiático debieron servirme para ahondar en laberintos insondables de la milenaria cultura de los pueblos del Lejano Oriente. Ciertamente aprendí a comprenderlos mejor, pero nunca desentrañé el misterio de su sonrisa.

Es uno de los enigmas apasionantes de esa región, que desde mi punto de vista llegará a convertirse en gigante de la economía mundial. No sólo por China, que ya es bastante, sino por la constancia y sistematicidad general en el camino al desarrollo.

Con categoría de tigres o dragones de las economías, hay un grupo de países donde curiosamente la sonrisa guarda un significado diferente. Pero al mismo tiempo se inscribe en la mística de su famosa filosofía asiática.

Durante mi estancia en parajes tan distantes como atractivos de Vietnam, Cambodia, Laos, India, Tailandia, China, Malasia, Hong Kong, Indonesia, Singapur, Filipinas y Nepal, llegué a percibir la risa como un hábito intrínseco del sudeste asiático.


Se añadirían comportamientos similares de japoneses y coreanos (del sur o del norte), cuando por ejemplo se enfrentan a un servicio demorado en un restaurante. Todos muestran con amplitud sus dentaduras, comensales y camareros, mientras la discusión adquiere tonos elevados.

En Vietnam y Cambodia son frecuentes los encontronazos de bicicletas con motos. Una mujer, cargada con cestas de naranja en pleno desafío del equilibrio, tropieza con un vehículo motorizado y los frutos se esparcen por la calle.

Sonrientes ambos, discuten el chófer de la moto o el auto con la pobre comerciante. De algún modo llegan a un arreglo aparente y la señora termina recogiendo sus naranjas tal vez con ayuda de los transeúntes, siempre con cierta hilaridad en el ambiente.

El estilo se aplica también en las negociaciones comerciales. Bruce, un buen amigo estadounidense periodista, me contó una anécdota muy simpática de las discusiones del sensible tema de la propiedad intelectual entre Estados Unidos y Japón.

Era por la década de los años 1960 en que Washington reclamaba con insistencia a Tokio que respetara los copyright, mientras los representantes del país del Sol Naciente sabían que tras la devastación sufrida en la Segunda Guerra Mundial requerían desesperadamente del desarrollo.

“Aquí les traigo las muestras de numerosos productos sin dudas fabricados en Japón que llevan en la etiqueta Made in USA”, le espetó un funcionario comercial norteamericano a sus colegas nipones.

Además de mantenerse todo el tiempo con la risa a flor de labios, los japoneses preguntaron al visitante por su familia, los progresos de la economía de la superpotencia y las proyecciones. Al final respondieron:

“En efecto, se hacen en Japón productos con el sello Made in USA, porque tenemos una isla en el Pacífico que se llama USA, no U.S.A. No se puede visitar porque es una zona estratégica de nuestro territorio”.

La historia, quien sabe si un tanto exagerada, no dista demasiado de esa parsimonia asiática para andar en circunloquios, repetir la sonrisa y, finalmente, llegar a puerto seguro con pasmosa tranquilidad.

-“Maldacitas”-

Un indonesio me dio a probar uno de los cigarrillos que fuman en ese país con clavo de olor y picante. Fue una experiencia terrible para mi gusto, pero el amigo no cesaba de reírse y en atropellado español se explicó: “fue una maldacita” (o sea una maldad pequeña).

Por Hanoi, en un viernes laboral sin mucho espíritu de asumir la jornada vespertina, el esposo de una amiga llegó a la oficina para invitarme a la ceremonia del quinto aniversario de la muerte de su madre.

De inmediato me puse una ropa más adecuada para la ocasión y nos fuimos a una aldea cercana a la capital vietnamita. Sorpresa: había abundante comida y hectolitros de bebidas alcohólicas, porque para los creyentes del budismo, la persona fallecida disfruta de otra vida y hay que honrarla con jolgorio.

En Kuala Lumpur, después de un vuelo indeseable que salió de México, hizo escala en Los Angeles y tomó una larga pausa en Taipei (con recorrido por la ciudad y todo), me fui a un hotel con la imperiosa necesidad de dormir en una cama.

Las bellas y amables azafatas malasias de la aerolínea nacional se esmeraron muy sonrientes en explicarnos que el trayecto (25 horas exactas en total) tuvo el detalle del almuerzo en Taipei y la oportunidad de conocer a la capital taiwanesa.

Sin embargo, ya en el hotel de Kuala Lumpur mi único deseo era descansar. Otra hermosa joven insistía en que le dejara mi pasaporte como garantía de mi alojamiento de dos días. Rechazó una tarjeta de crédito de Vietnam y no hubo forma de convencerla.

Media hora de discusiones terminaron con una frase definitiva: si no deja el pasaporte, el hotel sentirá mucho no poder acogerlo. Y mientras más percibía mi rostro malhumorado, más se reía. Finalmente, claudiqué.

Termino con mi aventura de Bangkok, al aterrizar y lanzarme ansioso hacia el buró de una compañía aérea cuyo nombre prefiero no mencionar. Aquella preciosa tailandesa, muy risueña, me decía dulcemente: su maleta está extraviada y el vuelo que iba a tomar se pospuso para mañana por un desperfecto en el avión.

Fue entonces cuando hice la pregunta, sobre la cual todavía hoy no tengo respuesta. Así pues, si alguien sabe de qué se ríen los asiáticos, ¡le agradeceré me lo diga!

11 comentarios en “¿De qué se ríen los asiáticos?

  1. jejejeje, nos retrataste hermano, somos así de incalculables jejejejejejej
    Bueno, mi vieja siempre me dijo que el abuelo reía a mares por la vida que había encontrado en Cuba tras salir de una aldea perdidad en lo último de Cantón (creo que hoy es Guangdong), y mi padre me contaba anécdotas muy simpáticas de esa sonrisa amplia que era como un sello de distinción. Mira, mi madre igual, era muy risueña, (…) pero sin duda, los asiáticos continúan siendo un enigma para el hombre occidental. Mis felicitaciones.

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    • Si que es un gran enigma para el resto de la humanidad. SIn embargo, se trata sin dudas de una forma de ver la vida muy diferente y seguramente hasta sabia. Felicidades a los chinois como tú.

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