Idiomas para el amor en París

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El muro de los Te quiero

El muro de los Te quiero

París.- Los timbres y fonéticas son bastante diferentes, pero a los ojos del corazón llegan con igual ternura. Escribir Te quiero en 311 idiomas o lenguas no es una obsesión, sino la original idea plasmada en París en el muro de los “Je t´aime”.

Inaugurada el 12 de octubre del año 2000, la obra de Frédéric Baron parte de la subjetividad y ofrece la sensación de creer que el amor tiene un lugar especial en el mundo. Es omnipresente y abarca la más amplia gama de sentimientos humanos.

Darse una vuelta por Montmartre es casi un deber ineludible para los amantes de la Ciudad Luz. Sus esencias, colores e improntas nacieron en este barrio lleno de cofres bohemios y aventureros, aunque también litúrgico y devoto.

El paseo, amplio o limitado, siempre permitirá el descubrimiento de espacios increíbles, como el cabaret más antiguo de Francia, Le Lapin Agile (1860), el viñedo urbano de la zona, el Bateau Lavoir, la muy modesta guarida de Picasso y de muchos otros intelectuales y pintores.

O las menciones a Renoir, Dalí, Utrillo, Van Gogh, Max Jacob, Cortázar, Carpentier, Edith Piaf, César Vallejo (…), aunque los escritores y poetas por alguna razón especial preferían instalarse en Montparnasse, en la reconocida Rive Gauche del Sena.

Cualquier día es bueno para caminar en París y como ya no somos turistas, sino residentes temporales, resulta más agradable coquetear con la curiosidad. Así descubrimos una iglesia moderna, Saint Jean des Abbesses, una decepción comparada con Sacre Coeur y a distancia de la más antigua de la urbe, Saint Pierre, de 1133.

Empero, detrás de la estación del metro Abbesses, llegará la aparición del día: el Parque Jehan-Rictus, con un pequeño jardín, el muro de 40 metros cuadrados y 511 azulejos de lava esmaltada y color azul, donde se puede leer la famosa frase:

Ich liebe dich (alemán), I love you (ingles), Te amo (español),   Aishitemasu (japonés), Ti amo (italiano), Aš tave myliu (lituano), Ik hou van jou (neerlandés), Jeg elsker deg (noruego), Duset dáram (persa), N´bghick (dialecto árabe), Je t´aime (…).

Además de Baron, el constructor de la obra fue Daniel Boulogne, el poeta Jean Claude de Feugas hizo sus aportes y la artista Claire Kito, conocedora de la caligrafía oriental, también ofreció su apoyo.

Mucha gente se lo toma muy en serio. Un lindo pretexto para reflexionar sobre la vida, el amor, la amistad y La insoportable levedad del ser, recordando a Milan Kundera. O quizá y a propósito, En busca del tiempo perdido de Marcel Proust.

Al final lo que tenemos delante es una simple pared. Sólo que dice Te amo repetidamente y está en París.

-Poemas luminosos

Como decía un ilustre colega a quien mucho admiro, hay gente que trata de reducir la Ciudad Luz a un estado de simpleza absoluta: La Torre Eiffel, Los Campos Elíseos, El Louvre, si acaso Notre Dame, para luego terminar el parque de EuroDisney.

Montmartre, puede ser, por la espectacular vista panorámica de la urbe y de paso, los valores agregados de la catedral del Sagrado Corazón y la Place de Tertre de los pintores (si llegan a enterarse de su fama).

Empero, París te seduce a descubrirla, desde los recintos famosos hasta los espacios de apariencia más insignificante. Los juglares del Metro y sus canciones cotidianas, y la poesía o los aforismos en los vagones, para romper el mito cotidiano de la premura.

Si amar es mirar en una sola dirección, al cerrar los ojos, siempre veremos lo mismo; Las personas que no se ríen nunca, no pueden ser serias; y Me encantaría que nuestros caminos se cruzaran en el entorno de nuestras miradas.

A tono con los tiempos, otro mensaje: Con el efecto invernadero, la Tierra volverá a unirse con el Mar y los peces serán los amos del mundo.

Un concurso anual de la RATP, la autoridad del transporte urbano en Francia, que se añade a los carteles en las esquinas de cada Metro con frases célebres o pequeñas estrofas de la poesía universal.

Luego, amor, naturaleza, guerras, conflictos existenciales, erotismo y muerte, los poemas luminosos de Jenny Holzer reflejados recientemente en una singular pantalla: la Pirámide del Museo del Louvre de París.

Veinte años, como el tango de Gardel, para reafirmar la validez de la iniciativa que dio coherencia y orden al ingreso al antiguo Palacio de reyes y actual morada de la Mona Lisa, la Venus de Milo y las Joyas de la Corona.

Para celebrar el acontecimiento de la también muy criticada obra del artista sino-estadounidense Ieo Ming Pei, su propia presencia en el Louvre y algunas anécdotas en torno a su trabajo en vidrio y aluminio de una altura de 21,6 metros.

En francés e inglés para un público fascinado, descubriendo los miedos de Holzer frente a este mundo amenazado de violencia, conflagraciones, cambio climático (…), pero al mismo tiempo soñador en sus propios entresijos amorosos.

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